Las infinitas combinaciones y variantes del juego del ajedrez, un vértigo mental, un remolino emocional. El muro de silencio que separa - y une - a los contendientes. El enfrentamiento ¿es, en realidad, entre dos? ¿O es una contienda, consigo mismo?
Por qué en ningún otro juego se expone de manera tan evidente la propia inteligencia, de manera tan exclusiva la posibilidad de una derrota, el reconocimiento, al rendir el propio rey. Luego, la pesadilla retrospectiva; si hubiera hecho esto, si hubiera movido la torre, el caballo, el alfil, de tal o cual manera, si hubiera estado más atento, si hubiera observado mejor el movimiento de su mano, los rictus de su cara, si no me hubiera dejado estar con ese peón adelantado, etc, etc.
Lo admirable, una de las múltiples facetas admirables del ajedrez, consiste en la avalancha de excusas con efecto retroactivo que se le presentan al perdidoso. ¿Y la voluntad? ¿ La voluntad de ganar, de destrozar el cerebro de quien está accidentalmente enfrente?.
Un deporte. Pero, ¿lo es, en realidad?, donde el esfuerzo físico no cuenta, o cuenta en mínima medida, donde los músculos mentales, en cambio se han desarrollado de un modo monstruoso. Eso se ve, pero sólo ante el tablero.
¿Y el tablero, esos escaques, que mirados de otra manera, llevan a la multiplicación de ilusiones ópticas, simétricos, monótonamente cuadrados, cada uno un abismo, un pozo de acechanzas, el canto de una sirena seductoramente fatal?. Cada escaque, un destino, imprevisible en sus consecuencias más remotas. Sorpresa tras sorpresa. ¿Un juego, un deporte como los demás?. Peor, la lucha se plantea en términos de una mente, de sus posibilidades y potencialidades, que son finitas, contra otra igualmente finita. Pero lo psíquico es más, un alma, un soplo, batiéndose contra otra entidad psíquica. Oposición de almas. Y el alma es mucho más que el cuerpo. Perdura, es una de las dimensiones del tiempo, aquello, por esencia, inconmensurable, hasta que se encuentre una respuesta definitiva. Y que trasciende. El cosmos es su hogar, su legítimo espacio. El goce o la derrota de las almas escapa, en consecuencia, a la suma de todos los vocablos, desborda sentimientos, ideas y emociones, rebasa los poderes múltiples de sus múltiples significaciones. Sesenta y cuatro escaques. Treinta y dos piezas.
Y según el orden instaurado hace tantos siglos, desde la espesura india hasta las pálidas costas de Finisterre, los peones podrán abatir al rey, y la poderosa reina cederá al empuje del caballo negro. Para siempre. Quizás.